martes, 25 de marzo de 2014

HOMENAJE A FÉLIX GRANDE: Jesús Mendo habla sobre el ensayo "Sobre el amor y la separación"

La faceta de ensayista no es de las más conocidas de Félix Grande. Sin embargo, realiza una notable incursión en este campo con la aportación de un racimo de obras de verdadero interés. En todas ellas va dejando constancia de sus reflexiones sobre distintos ámbitos de la realidad. A través de sus páginas, con un estilo refinado y extremada sensibilidad, va apareciendo el artista, el antropólogo, el historiador, el psicólogo, y hasta el testigo y juez de su tiempo. Tampoco falta la vena erótica que con frecuencia da color a sus escritos. Todo ello presidido por un firme conocimiento de lo tratado y alentado por una gran pasión de escritor.

Eleva su voz como pregonero en desierto, cuando clama sin más armas que el dolor y la lengua, por un rescate cultural. Reconoce a la lengua como una valiosísima herencia de innumerables antepasados. El tiempo, como fuego voraz que todo lo devora, es una constante en su producción, dando lugar a actitudes de dolor, rebeldía o piedad.
En sus ensayos recorre muy diversos territorios:
Se desenvuelve con gran maestría en el ámbito musical con magníficos ensayos como Agenda flamenca, García Lorca y el flamenco, Memoria del flamenco y Paco de Lucía y Camarón de la Isla. En la confección de estas obras, se debe resaltar la enorme labor de documentación y el acierto en el manejo crítico de tantos materiales dispersos
En Elogio de la libertad, levanta su voz valiente contra cualquier forma de injusticia, opresión y engaño
Con Once artistas y un dios, aborda el estudio de la literatura hispanoamericana.
Otros ensayos dignos de mención son: Occidente, ficciones, yo, Apuntes para una poesía española de posguerra, La vida breve, La calumnia, etc.
Hoy me quiero concentrar en una obra, editada en Madrid, en el mes de abril de 1996. Se titula Sobre el amor y la separación.
Como el mismo título indica, son dos los temas centrales sobre los que gira todo el contenido de esta obra: el amor y la separación. A lo largo de 246 páginas, el autor va desgranando sus ideas sobre estos temas, siempre actuales. En el breve tiempo del que dispongo, les voy a trazar unas breves pinceladas con las principales ideas y reflexiones que el poeta desarrolla y expone en esta obra.
1.- AMOR
  1. Definición
La concepción que Félix Grande tiene del amor es muy positiva: concibe el amor como puro prodigio, pura desmesura armoniosa; la persona enamorada se halla habitada por el milagro. El amor es digno de todo respeto, porque es algo sagrado. Hay que vivirlo como se vive una oración: con autenticidad, intimidad y gratitud. Es sobrehumano y rotundo.
En su obra, se trasluce con frecuencia la afición y conocimiento que Félix Grande posee del mundo de los toros. Recurre con diligencia a imágenes taurinas, para mejor ilustrar determinados conceptos. En esta línea, afirma que solo el alma del enamorado viste un traje de luces, ese traje que muestra la suprema elegancia del amante, su verticalidad, pues el alma de un hombre nunca está más de pie que cuando ama. La del amante y la del torero son dos maneras de vivir con vehemencia, con desventura y con felicidad, con coraje y belleza; dos formas de no hacer trampas a la vida, de no disimular, de comprender y asumir que el precio de vivir es la muerte, y que la muerte, cuando la miramos de frente, otorga a la vida un punto de eternidad, un iluminación sagrada.
Para merecer el amor, hay que realizar un esfuerzo increíble. Pero conservarlo, depende solo de la divinidad, pues los amantes son torpes, nunca se sitúan de forma permanente al nivel del amor.
Se debe afirmar que: el amor es sagrado; que, cuando somos favorecidos con ese don, nosotros somos lo sagrado, el prodigio; que, aunque tendamos a la distracción, el amante tiene la obligación de no distraerse nunca o al menos hacer cuanto pueda para no distraerse; y que si, por distracción, el olvido se instala a vivir con los amantes, aún les queda, para combatir ese olvido, la destrucción, el fuego.; aún resta una elección que es una victoria, aunque muy triste: el amante se negará a esa estafa de cohabitar con el olvido, se desgarrará y se irá con su herida, solo, por puro respeto al amor.
b) Limitación
Los tiempos de amor son tiempos de plenitud, de alivio contra el horror de ser condenado a envejecer y desaparecer en la muerte. Son tiempos de plenitud, pero momentánea y finalmente pasajera, pues el amor, como todo lo humano, de una forma o de otra, siempre está condenado a morir. El amante sabe que el amor es siempre mortal
Por eso, durante el período de amor, junto al amor permanece el espanto, el horror de saber que un día la separación dará el triunfo a la muerte; pero es con este horror con el que se fabrica la hermosura de ser, por un tiempo, inmortal. El cuerpo del amante también está cosido de cicatrices, como el del torero decorado por las cornadas. El amante, como el torero, está frente a la muerte. Ser amante es asumir la credulidad de la infancia, junto al coraje del que mira con los ojos abiertos a la muerte. Un enamorado es un desventurado que aún sueña infantilmente con volver a ser inmortal, con creer que su felicidad no tendrá fin.
Cuando el amor se prolonga durante veinte o cincuenta años degenera en encuentro, largo y laborioso. La inmensa mayoría de estas parejas suelen representar la metáfora cotidiana de una persistente derrota. Bajo la mutua resignación, habita el fastidio, el rencor y, a veces, hasta el odio. Son parejas pacientemente cobardes, que no logran asumir su condición de mortales y achacan la derrota esencial a la proximidad persistente del compañero o compañera.
No todas las parejas son así. Las hay que, tal vez por haber iniciado la aventura de vivir frente a la muerte, con más arrojo y modestia, y haber iniciado con amor prodigioso su marcha hacia la vejez y la muerte, logran que aquel amor remoto no se convierta en charco de ceniza a sus pies. Esa sabiduría parece condecorar el rostro de algunos ancianos. Ya no es el amor, pero es la victoria; perdieron el amor, pero han vencido; la derrota del amor estaba asegurada, pero ellos lograron evitar la derrota del odio y la derrota de la soledad; han vencido, porque han alcanzado a reunirse. El amor intenso y el tiempo largo hablan distintos idiomas. El del amor es el idioma de la divinidad, el del tiempo es el idioma de los hombres.
La historia, la cultura y la civilización no son más que una vasta terapia contra esa condición radical de locura con que todos nacemos y que a todos se manifiesta después de la niñez. A partir de la pérdida de la infancia, llegamos a ser conscientes de nuestra condena a muerte. Desde entonces, cada condenado busca afanoso un rayito de sol dentro del patio del presidio, cada enfermo busca no ya su cura, sino al menos su alivio
Para ello, unos acumulan poder; otros, conocimientos o resignación. Éstos suelen ser los remedios que usamos contra la inexorable locura de haber perdido para siempre la infancia. De un modo u otro, todos intentamos distraer nuestra locura de animales mortales, todos buscamos un consuelo, pero en el fondo, continuamos siendo animales inconsolables
Como podemos observar, subyace en estas reflexiones una visión existencialista de la vida.
  1. Clasificación de amantes
Resulta muy perspicaz la clasificación que Félix Grande introduce, al examinar el grado de amor entre las parejas. Contempla la ciudad y encuentra: escasas personas luminosas, bastantes sombrías y muchas infelices. Considera luminosas a las enamoradas, pues en ellas habita el amor. Las sombrías llevan en su cara el sol de la renuncia. Las infelices, que son multitud, ni saben que lo son; simplemente aceptan ser funcionarios de la vida; suelen amar el triunfo, se limitan a amar cosas como el dinero, cargos, automóviles… Son subordinados, se han subordinado a sí mismos, no saben siquiera que son víctimas del miedo.
2.- SEPARACIÓN
El amor no tiene pasado, solo se legitima en el presente y se alimenta de proyectos. El amor es sagrado; mas, cuando se acaba, el amante tiene que conseguir que la separación sea aun más sagrada. Debe tener gran entereza para asumir las leyes del amor: Una: esforzarse por que el amor dure; y Dos: cuando el amor acaba, saber aceptar la separación a pie firme, como el torero que clava las zapatillas en el centro del ruedo y cita a matar recibiendo, sin perder la verticalidad, arriesgándose a morir. De este modo, verá caer al amor fulminado a sus pies, y luego echará a caminar, con su soledad a cuestas y, tal vez, con unas lágrimas, rodando por sus mejillas.
Si el amor muere, ¿por qué no asumirlo?, El amor es eterno mientras dura, cada minuto es sagrado; y hay que sentir por él un respeto sin tregua. Pero, cuando acaba, al amante respetuoso con el amor no le queda más destino que alejarse y sufrir. Ha de reconocer que ya carece del milagro que tuvo en sus manos. No tiene que correr tras él, pues cuando el amor se aleja, hay que dejarlo ir, sin reprochar nada a nadie. Es duro sacrificio; lo fácil es la súplica, el reproche, la mentira, la amenaza, el sarcasmo.
El sacrificio es lo difícil; pero es imprescindible, sin él toda separación carece de grandeza, todo futuro carece de esperanza, porque no es posible resucitar, sin haber vivido el horror de la muerte.
Ante el cese del amor, al amante apenas si le queda una sola grandeza: la de saber perderlo con dignidad, estar dispuestos a renunciar a él; solo así conservará la propia estima. Cuando actúa de este modo, prefiere alejarse, sufrir para siquiera merecer una herida y llevarse su cicatriz, con orgullo, para el resto de la vida. Todo futuro nuevo amor exigirá este coraje.
Lo peor de la separación, lo verdaderamente horrible es el descubrimiento de que la fractura amorosa convierte a la vida vivida en vida concluida; la separación vacía el pasado, desaloja todo el ayer.
A veces para no fracasar son necesarios la soledad, la renuncia, el dolor; pero no el olvido. El olvido es propio de los malos amantes, de los que ignoran que el amor es prodigio. Descuidan el amor y entonces llega el olvido. Con el olvido del amor, entra la guerra en las parejas: comienzan a discutir por cualquier motivo, se reprochan mutuamente, y llegan hasta pensar de qué manera hacer sufrir al otro, cómo vengarse. En la ciudad, una gran mayoría de parejas llevan puesto el vestido del olvido, riñen demasiado.
La separación convierte la vida en un idioma extraño. Los más autoritarios, inflexibles, reaccionan gritando con cólera o callando con un resentimiento que se pervierte cada vez más. Los más humildes se disponen a aprender ese nuevo idioma y traducirlo, con paciencia prodigiosa, con coraje. Esa reconquista del lenguaje es un consuelo, donde la derrota se difumina, dejando paso a la luz de la vida y la esperanza. Es probable que haya una esquina donde alguien nos está esperando para ayudarnos a mitigar nuestro dolor y rehacer nuestra ruina.

Jesús Mendo Sánchez
Profesor de filosofía

Mérida, 20 de marzo, 2014

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