La
faceta de ensayista no es de las más conocidas de Félix Grande. Sin
embargo, realiza una notable incursión en este campo con la
aportación de un racimo de obras de verdadero interés. En
todas ellas va dejando constancia de sus reflexiones sobre distintos
ámbitos de la realidad. A través de sus páginas, con un estilo
refinado y extremada sensibilidad, va apareciendo el artista, el
antropólogo, el historiador, el psicólogo, y hasta el testigo y
juez de su tiempo. Tampoco falta la vena erótica que con frecuencia
da color a sus escritos. Todo ello presidido por un firme
conocimiento de lo tratado y alentado por una gran pasión de
escritor.
Eleva
su voz como pregonero en desierto, cuando clama sin más armas que el
dolor y la lengua, por un rescate cultural. Reconoce a la lengua como
una valiosísima herencia de innumerables antepasados. El tiempo,
como fuego voraz que todo lo devora, es una constante en su
producción, dando lugar a actitudes de dolor, rebeldía o piedad.
En
sus ensayos recorre muy diversos territorios:
Se
desenvuelve con gran maestría en el ámbito musical con
magníficos ensayos como Agenda
flamenca,
García
Lorca y el flamenco,
Memoria del flamenco
y Paco
de Lucía y Camarón de la Isla.
En la confección de estas obras, se debe resaltar la enorme labor de
documentación y el acierto en el manejo crítico de tantos
materiales dispersos
En
Elogio de la libertad,
levanta su voz valiente contra cualquier
forma de injusticia, opresión y engaño
Con Once
artistas y un dios, aborda
el estudio de la
literatura
hispanoamericana.
Otros
ensayos dignos de mención son: Occidente,
ficciones, yo, Apuntes
para una poesía española de posguerra,
La vida breve,
La calumnia, etc.
Hoy
me quiero concentrar en una obra, editada en Madrid, en el mes de
abril de 1996. Se titula Sobre
el amor y la separación.
Como
el mismo título indica, son dos los temas centrales sobre los que
gira todo el contenido de esta obra: el amor y la separación. A lo
largo de 246 páginas, el autor va desgranando sus ideas sobre estos
temas, siempre actuales. En el breve tiempo del que dispongo, les
voy a trazar unas breves pinceladas con las principales ideas y
reflexiones que el poeta desarrolla y expone en esta obra.
1.-
AMOR
- Definición
La
concepción que Félix Grande tiene del amor es muy positiva: concibe
el amor como puro prodigio, pura desmesura armoniosa; la persona
enamorada se halla habitada por el milagro. El amor es digno de todo
respeto, porque es algo sagrado. Hay que vivirlo como se vive una
oración: con autenticidad, intimidad y gratitud. Es sobrehumano y
rotundo.
En
su obra, se trasluce con frecuencia la afición y conocimiento que
Félix Grande posee del mundo de los toros. Recurre con diligencia a
imágenes taurinas, para mejor ilustrar determinados conceptos. En
esta línea, afirma que solo el alma del enamorado viste un traje de
luces, ese traje que muestra la suprema elegancia del amante, su
verticalidad, pues el alma de un hombre nunca está más de pie que
cuando ama. La del amante y la del torero son dos maneras de vivir
con vehemencia, con desventura y con felicidad, con coraje y belleza;
dos formas de no hacer trampas a la vida, de no disimular, de
comprender y asumir que el precio de vivir es la muerte, y que la
muerte, cuando la miramos de frente, otorga a la vida un punto de
eternidad, un iluminación sagrada.
Para
merecer el amor, hay que realizar un esfuerzo increíble. Pero
conservarlo, depende solo de la divinidad, pues los amantes son
torpes, nunca se sitúan de forma permanente al nivel del amor.
Se
debe afirmar que: el amor es sagrado; que, cuando somos favorecidos
con ese don, nosotros somos lo sagrado, el prodigio; que, aunque
tendamos a la distracción, el amante tiene la obligación de no
distraerse nunca o al menos hacer cuanto pueda para no distraerse; y
que si, por distracción, el olvido se instala a vivir con los
amantes, aún les queda, para combatir ese olvido, la destrucción,
el fuego.; aún resta una elección que es una victoria, aunque muy
triste: el amante se negará a esa estafa de cohabitar con el olvido,
se desgarrará y se irá con su herida, solo, por puro respeto al
amor.
b)
Limitación
Los
tiempos de amor son tiempos de plenitud, de alivio contra el horror
de ser condenado a envejecer y desaparecer en la muerte. Son tiempos
de plenitud, pero momentánea y finalmente pasajera,
pues el amor, como
todo lo humano, de una
forma o de otra, siempre está condenado a morir. El amante sabe que
el amor es siempre mortal
Por
eso, durante el período de amor, junto al amor permanece el espanto,
el horror de saber que un día la separación dará el triunfo a la
muerte; pero es con este horror con el que se fabrica la hermosura de
ser, por un tiempo, inmortal. El cuerpo del amante también está
cosido de cicatrices, como el del torero decorado por las cornadas.
El amante, como el torero, está frente a la muerte. Ser amante es
asumir la credulidad de la infancia, junto al coraje del que mira con
los ojos abiertos a la muerte. Un enamorado es un desventurado que
aún sueña infantilmente con volver a ser inmortal, con creer que su
felicidad no tendrá fin.
Cuando
el amor se prolonga durante veinte o cincuenta años degenera en
encuentro, largo y laborioso. La inmensa mayoría de estas parejas
suelen representar la metáfora cotidiana de una persistente derrota.
Bajo la mutua resignación, habita el fastidio, el rencor y, a veces,
hasta el odio. Son parejas pacientemente cobardes, que no logran
asumir su condición de mortales y achacan la derrota esencial a la
proximidad persistente del compañero o compañera.
No
todas las parejas son así. Las hay que, tal vez por haber iniciado
la aventura de vivir frente a la muerte, con más arrojo y modestia,
y haber iniciado con amor prodigioso su marcha hacia la vejez y la
muerte, logran que aquel amor remoto no se convierta en charco de
ceniza a sus pies. Esa sabiduría parece condecorar el rostro de
algunos ancianos. Ya no es el amor, pero es la victoria; perdieron el
amor, pero han vencido; la derrota del amor estaba asegurada, pero
ellos lograron evitar la derrota del odio y la derrota de la soledad;
han vencido, porque han alcanzado a reunirse. El amor intenso y el
tiempo largo hablan distintos idiomas. El del amor es el idioma de
la divinidad, el del tiempo es el idioma de los hombres.
La
historia, la cultura y la civilización no son más que una vasta
terapia contra esa condición radical de locura con que todos nacemos
y que a todos se manifiesta después de la niñez. A partir de la
pérdida de la infancia, llegamos a ser conscientes de nuestra
condena a muerte. Desde entonces, cada condenado busca afanoso un
rayito de sol dentro del patio del presidio, cada enfermo busca no ya
su cura, sino al menos su alivio
Para
ello, unos acumulan poder; otros, conocimientos o resignación. Éstos
suelen ser los remedios que usamos contra la inexorable locura de
haber perdido para siempre la infancia. De un modo u otro, todos
intentamos distraer nuestra locura de animales mortales, todos
buscamos un consuelo, pero en el fondo, continuamos siendo animales
inconsolables
Como
podemos observar, subyace en estas reflexiones una visión
existencialista de la vida.
- Clasificación de amantes
Resulta
muy perspicaz la clasificación que Félix Grande introduce, al
examinar el grado de amor entre las parejas. Contempla la ciudad y
encuentra: escasas personas luminosas,
bastantes sombrías
y muchas infelices.
Considera luminosas a las enamoradas, pues en ellas habita el amor.
Las sombrías llevan en su cara el sol de la renuncia. Las infelices,
que son multitud, ni saben que lo son; simplemente aceptan ser
funcionarios de la vida; suelen amar el triunfo, se limitan a amar
cosas como el dinero, cargos, automóviles… Son subordinados, se
han subordinado a sí mismos, no saben siquiera que son víctimas del
miedo.
2.-
SEPARACIÓN
El
amor no tiene pasado, solo se legitima en el presente y se alimenta
de proyectos. El amor es sagrado; mas, cuando se acaba, el amante
tiene que conseguir que la separación sea aun más sagrada. Debe
tener gran entereza para asumir las leyes del amor: Una: esforzarse
por que el amor dure; y Dos: cuando el amor acaba, saber aceptar la
separación a pie firme, como el torero que clava las zapatillas en
el centro del ruedo y cita a matar recibiendo, sin perder la
verticalidad, arriesgándose a morir. De este modo, verá caer
al amor fulminado a
sus pies, y luego echará a caminar, con su soledad a cuestas y, tal
vez, con unas lágrimas, rodando por sus mejillas.
Si
el amor muere, ¿por qué no asumirlo?, El amor es eterno mientras
dura, cada minuto es sagrado; y hay que sentir por él un respeto sin
tregua. Pero, cuando acaba, al amante respetuoso con el amor no le
queda más destino que alejarse y sufrir. Ha de reconocer que ya
carece del milagro que tuvo en sus manos. No tiene que correr tras
él, pues cuando el amor se aleja, hay que dejarlo ir, sin reprochar
nada a nadie. Es duro sacrificio; lo fácil es la súplica, el
reproche, la mentira, la amenaza, el sarcasmo.
El
sacrificio es lo difícil; pero es imprescindible, sin él toda
separación carece de grandeza, todo futuro carece de esperanza,
porque no es posible resucitar, sin haber vivido el horror de la
muerte.
Ante
el cese del amor, al amante apenas si le queda una sola grandeza: la
de saber perderlo con dignidad, estar dispuestos a renunciar a él;
solo así conservará la propia estima. Cuando actúa de este modo,
prefiere alejarse, sufrir para siquiera merecer una herida y llevarse
su cicatriz, con orgullo, para el resto de la vida. Todo futuro
nuevo amor exigirá este coraje.
Lo
peor de la separación, lo verdaderamente horrible es el
descubrimiento de que la fractura amorosa convierte a la vida vivida
en vida concluida; la separación vacía el pasado, desaloja todo el
ayer.
A
veces para no fracasar son necesarios la soledad, la renuncia, el
dolor; pero no el olvido. El olvido es propio de los malos amantes,
de los que ignoran que el amor es prodigio. Descuidan el amor y
entonces llega el olvido. Con el olvido del amor, entra la guerra en
las parejas: comienzan a discutir por cualquier motivo, se reprochan
mutuamente, y llegan hasta pensar de qué manera hacer sufrir al
otro, cómo vengarse. En la ciudad, una gran mayoría de parejas
llevan puesto el vestido del olvido, riñen demasiado.
La
separación convierte la vida en un idioma extraño. Los más
autoritarios, inflexibles, reaccionan gritando con cólera o callando
con un resentimiento que se pervierte cada vez más. Los más
humildes se disponen a aprender ese nuevo idioma y traducirlo, con
paciencia prodigiosa, con coraje. Esa reconquista del lenguaje es un
consuelo, donde la derrota se difumina, dejando paso a la luz de la
vida y la esperanza. Es probable que haya una esquina donde alguien
nos está esperando para ayudarnos a mitigar nuestro dolor y rehacer
nuestra ruina.
Jesús
Mendo Sánchez
Profesor
de filosofía
Mérida,
20 de marzo, 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario