lunes, 26 de septiembre de 2011
LA MÚSICA DE LAS HORAS
El pasado sábado día 24 inauguramos la temporada de tertulias de Gallos Quiebran Albores, que como en años anteriores se vienen celebrando en la Biblioteca Nacional Jesús Delgado Valhondo.
En esta primera tertulia tuvimos la ocasión de disfrutar de los poemas del libro “La música de las horas” de nuestra compañera tertuliana Ana Castillo.
Como por suerte yo he podido disfrutar de la lectura del libro al que hago referencia, creo pertinente adjuntar a esta noticia el comentario que en su día realicé sobre el mismo.
<<<<<<<<<<<<<<La música de las horas>>>>>>>>>>>>>>
Hoy he pasado una tarde agradable con la lectura de esta Música de las horas de mi amiga Ana al tiempo que escuchaba de fondo música sinfónica.
Nada me importaría desgranar el poemario y comentar uno a uno los poemas que lo forman, pero se alargaría en exceso este comentario, por lo que voy a glosar algunos poemas tomados al azar.
En la lectura del poemario y en su esmerada poética se aprecia el tiempo dedicado a pulirlo, a hacerlo atractivo, comprensible, lo que origina la falsa sensación de que el mismo ha surgido casi sin esfuerzo, de un solo trazo; nada más lejos de la realidad, pues cada palabra, cada verso, están situados en el lugar que le corresponde, no sobra nada, nada se echa en falta.
Es curioso comprobar que, aunque el libro esta dividido en tres partes, se puede comenzar su lectura escogiendo un poema al azar y continuar hasta el principio, principiando por el final sin que por ello se pierda el hilo.
El primer poema, “Búsqueda”, perfectamente podría haber servido como epílogo del poemario, ya que resume con nitidez, desde mi punto de vista, la eterna pregunta. Venimos del beso, de la caricia, del amor, del bello espacio. Somos apenas un suspiro, savia insegura y como tal, vamos por la tierra buscando la idoneidad de un corazón afín donde arraigarnos a través del beso, la caricia, y el amor.
En el poema “Habitando desiertos” se nos muestra cómo el creador no cesa en la búsqueda del poema, aunque duerma no está dormido, se mantiene en vigilia instintiva, angustiosa y constantemente, consiguiendo incluso en estado de obnubilación versos tan certeros como los de este poema.
Aquí, en “Vértigo”, un ser colmado de dudas está buscando una mano, una palabra que le saque de la incertidumbre, de la espera, aunque en el fondo sabe que el camino que desea encontrar está en su interior y sólo él puede transitar por sus márgenes.
En estos versos del poema “Ausente” la poeta se atreve a indagar en lo más profundo del deseo, quiere traer hasta si misma la imagen ya casi olvidada de una época en la que fue dichosa, de la que apenas queda un sutil recuerdo, una vana sombra; aún así no pierde la esperanza de ponerle nombre a ese deseo. El penúltimo verso de este poema me recuerda “Al niño yuntero”.
Qué agradable es la espera cuando la espera es “Certeza”, cuando el tiempo transcurre en el reloj del gozo y se intuye que las horas se acercan a los labios como un bando de aves se aproxima hasta el tálamo de los árboles para saciar la dicha. Que agradable es la espera cuando los sentidos captan la sinfonía de las horas envuelta en el aliento de la certeza plena, cuando los dedos casi palpan los cercanos destellos que envolverán el cuerpo.
He de ser honesto, el poema “Encuentro” no ha sido escogido al azar, fue el primero que leí del libro y me cautivó. Hay infinidades de formas de describir un encuentro, pero esta me parece exquisita por sensual y cercana, describe cómo lo celestial, lo sublime, lo idealizado baja por la yedra del deseo a la fuente del placer con la consciente intención de hacerse humano.
Hace poco leí el cuento infantil “Cristal” de mi amiga Mamen Tamayo, en el que a través de una gota de agua iba explicando el trascurrir de la vida, con sus avatares y sus contradicciones; es curioso como se puede contar un asunto tan complejo desde la perspectiva de una gota de agua, claro que también lo hizo magistralmente Jorge Manrique en las Coplas por la muerte de su padre y más sencillamente León Felipe en Como tú.
En La música de las horas Ana nos hace más que partícipes, yo diría protagonistas, de este camino íntimo, de esta búsqueda interior, comenzando desde la soledad más profunda, nos va invitando a avanzar por el libro verso a verso, desde la perspectiva de una historia de amor, consiguiendo que los poemas nos lleguen sostenidos en un soplo de aire, suspendidos como una pluma quedaría flotando entre dos notas de un pentagrama de humo.
Fotos Eladio Méndez.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Preciosos los poemas, magnífica edición. Enhorabuena.
ResponderEliminar