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POESÍA PARA EL POBRE, POESÍA NECESARIA
El 13 de enero de 1935, meses antes de morir, cuando ya tenía en su haber una de las obras líricas más relevantes de toda la literatura contemporánea, Fernando Pessoa escribía a su amigo Adolfo Casais Monteiro: “Soy uno de los pocos poetas portugueses que no decretó su propia infalibilidad, ni toma cualquier crítica que se le haga, como un pecado de lesa divinidad” (En Obras Completas, I, edición de M. Ángel Viqueira, Barcelona, Ediciones 29, 1990, pág. 319).
Cuántas veces acuden a estas consideraciones del escritor luso ante la obstinada vanidad de otros colegas suyos, situados en las antípodas. Lo mismo que se agradece encontrarse a personas como el autor de La memoria encendida, libro capaz de reconciliarte con la humanidad y la literatura.
Del autor (Castuera, 1957), tan vinculado al grupo emeritense “Gallos quiebran albores”, hace Antonio Orihuela una magnífica presentación en el epílogo que pone a la obra antes citada. “No conozco un poeta más limpio, que este Eladio Méndez, más fino, más fraterno, más despierto a las mentiras del Estado y del Capital, un poeta más hecho en la casa de la memoria que él, más encendido allí que él, porque desde esa memoria, esa genealogía de la desposesión radical que significa haber interiorizada la herencia de los suyos, ha sabido desde allí crecer, no equivocarse, tener, desde niño, bien claro quién es el enemigo, con quien nos jugamos los cuartos”, escribe el profesor, ensayista y poeta onubense afincado en Extremadura. Lo proclama también Manuel González, con diferentes términos, en el sucinto prólogo.
Los poemas de Eladio Méndez denuncian la explotación de los niños (soldados, callejeros, indigentes…), la corrupción política, las pateras, el orgullo de los poderosos, la explotación de los trabajadores, la amoralidad en los negocios, el hurto de la historia, las trampas legales y las bendiciones para consagrar todo esa putrefacción. Le gusta preguntarse, con B. Brecht, si no hay manos humildes, anónimas, que construyen, conducen, curan, siembran y cosechan tras los grandes nombres.
Como Celaya, Méndez nos apunta al pecho la pistola poética, a ver si consigue desterrar la abulia colectiva ante un mundo radicalmente injusto. A veces, el lenguaje se le atropella por la indignación e incurre hasta en el exabrupto, alejándose de lo política y hasta líricamente correcto. Pero su poesía está más próxima del manantial sereno, de la palabra dura, pero contenida, que del grito rabioso. Algún rasgo humorístico (véase lo que escribe acerca de su amigo Bakunin, personaje bien diferente al famoso anarquista ruso) acude a menudo para aliviar tensiones. Por lo demás, es sus versos, blancos y libres, no es difícil percibir imágenes espléndidas, confesiones como “la precariedad ilusa/ de un párpado desnudo” (pág. 30); “con precariedad habito/en los suburbios de la esperanza” ( pág. 35 ); “el transcurrir del tiempo/se mide con clepsidras de llanto” (pág. 75) o “un dolor cercano a nuestro pecho, un lirio encerrado en el ámbar del miedo” (pág. 79).
“Leo el incendio que traen estos poemas de Eladio Méndez y me reconozco en el poeta que escribe, en su orgullo proletario, en su extracción humilde y humillada, en su infancia de carencias que le doctoró para siempre en humanismo y solidaridad”, escribe Orihuela y lo suscribimos plenamente.
Eladio Méndez, La memoria encendida. Madrid, Amargord, 2016